LOS COMBATIENTES BÁRBAROS. David Tucker. Estrategia Clásica.
Los bárbaros triunfan porque se valen de la astucia, la superioridad numérica y el valor. Los civilizados pierden a pesar de su tecnología e instrucción tan avanzada. Hay ocasiones en que los bárbaros son mejores que los civilizados en ciertos aspectos de la tecnología y del arte de la guerra. Perennemente, el salvajismo de los bárbaros constituye un elemento para multiplicar su fuerza, su crueldad representa una fuerza psicológica que destruye la agotada moral de los civilizados, quienes siempre parecen subestimar a los bárbaros.
En el campo, las legiones romanas no tenían igual, circunstancia que obligó a los alemanes a atacar a los romanos en los bosques. Los alemanes organizaron escaramuzas, hostigaron y tendieron emboscadas durante tres días, y lentamente debilitaron a los romanos. La táctica deficiente, el clima aciago, el don de mando tan débil, el terreno accidentado y la simple traición echaron a perder las ventajas que tenían los romanos en cuanto a tecnología, adiestramiento y disciplina. Las unidades romanas mantuvieron su unidad pero, exhaustos, al final fueron derrotados por huestes más numerosas. Los prisioneros fueron enterrados vivos, crucificados u ofrecidos como sacrificio a los dioses alemanes. Tres legiones desaparecieron en el bosque de Teutoburg. Arminius, el comandante alemán, hizo clavar las cabezas de los romanos en las ramas de los árboles como un aviso a los romanos. El poder romano nunca jamás se extendió más allá del Rin.
Divididos en principados envueltos en disputas, los príncipes rusos cayeron uno por uno ante los mongoles, cuya movilidad superior, mando y control, táctica y equipo eran insospechados. Cuando cayó la ciudad de Riaza, los mongoles acometieron encarnizadamente contra los ciudadanos, despellejaron a unos mientras que a otros los atravesaron con lanzas y cuchillos. No dejaron vivos ni a los que se habían refugiado en las iglesias, violaron a todas las mujeres vivas y a las monjas que encontraron en las iglesias y lo hicieron ante los ojos de los otros refugiados. A medida que quemaron la ciudad, los mongoles dejaron escapar unas cuantas personas que habían presenciado el ataque para que éstos a su vez, informaran sobre la suerte que corrieron los que ofrecieron resistencia.
Al ver que los guías británicos los habían descubierto, los zulúes se levantaron en masa y comenzaron a atacar. Ésta era la batalla que buscaban los ingleses. El grueso bélico del país zulú atacaría a través del terreno al descubierto contra el fuego disciplinado de la recia infantería Imperial. Por un momento, el resultado fue tal como esperaban los ingleses. A pesar de que los zulúes les aventajaban en número, los ingleses barrieron las filas zulúes con una potencia de fuego muy bien entrenada. Pero el comandante británico había desplegado sus fuerzas en forma muy exigua. Cuando el escaso apoyo logístico llevó a disminuir la cadencia de fuego, algunos zulúes que prestaban auxilio se doblegaron y huyeron del lugar, acción que resultó fatal. Un sector de las filas inglesas se derrumbó ante el valor intrépido demostrado por los zulúes y por su disposición para el combate, cualidades que debilitaron la cadencia de fuego aún más y que llevaron a la destrucción de una unidad tras la otra, causando un efecto devastador hasta que los ingleses fueron aniquilados. Unos pocos ingleses sobrevivieron al ataque. Los zulúes sufrieron enormes bajas en Isandhlwana pero al salir del campo de batalla salieron triunfando porque le sacaron las entrañas a sus enemigos derrotados.
Los bárbaros triunfan porque se valen de la astucia, la superioridad numérica y el valor. Los civilizados pierden a pesar de su tecnología e instrucción tan avanzada. Hay ocasiones en que los bárbaros son mejores que los civilizados en ciertos aspectos de la tecnología y del arte de la guerra. Perennemente, el salvajismo de los bárbaros constituye un elemento para multiplicar su fuerza, su crueldad representa una fuerza psicológica que destruye la agotada moral de los civilizados, quienes siempre parecen subestimar a los bárbaros.
Éstas no son historias de un pasado remoto. Es el futuro el que nos espera—por lo menos así opinan algunas personas. El peligro más grande que encaramos, de acuerdo con estos escritores, no serán los ejércitos dotados de grandes sistemas de alta tecnología como el nuestro, sino los guerreros salvajes quienes no respetan los reglamentos de carácter civil por los cuales nos regimos, quienes harán cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa para lograr la victoria. Dispersos en medio de terrenos desiertos a causa de la anarquía, la superpoblación y estragos causados por la deforestación o reflexionando por su derrota cultural en tierras musulmanas ricas en petróleo, los bárbaros no sólo cometerán todas estas atrocidades sino que al cometerlas, las disfrutarán a plenitud. La tortura y violaciones serán tomadas como un deporte; el desmembramiento de los niños y de ancianos, una diversión vespertina; el quebrantamiento de tratados no representará mayor problema que respirar. Tales enemigos nos derrotarán en las batallas del futuro porque serán más numerosos, más astutos y más feroces que nosotros y de los que no sospechamos que tengan tecnología tan avanzada como la nuestra. O, precisamente porque son astutos, evitarán grandes combates de manera que nuestra superioridad tecnológica no nos permita ventaja; pero tratarán de derrotar a nuestros aliados y nuestras instalaciones en ultramar mediante la subversión y el terrorismo, y para ello contarán con nuestra incapacidad para adaptarnos a su estrategia de estrangulación lenta y continua.
Ya sea que corran el riesgo de librar grandes batallas o que prefieran combates de poca envergadura, no vacilarán en atacar al pueblo estadounidense directamente. Nos derrotarán cuando destruyan nuestros sistemas de información de los que dependen nuestra economía y comodidad. Nos derrotarán al transmitir al mundo imágenes al vivo donde muestren la mutilación de los prisioneros de guerra estadounidenses, quienes en el futuro también serán mujeres, y después nos regresarán sus cadáveres mutilados y desfigurados como un gesto de buena voluntad. Nos derrotarán cuando introduzcan subrepticiamente armas químicas y biológicas en los EE.UU. y cuando las utilicen. En síntesis, derrotarán a los EE.UU., cuando destruyan la voluntad del pueblo para combatir. Cuando avistamos al futuro, lo que podemos ver son huestes de bárbaros que nos aniquilan.1
Este pronóstico de lo que nos espera ha ganado adeptos o por lo menos se ha ganado un lugar de respeto. Sus proponentes son aquéllos que regularmente participan en conferencias donde se abordan temas militares y de seguridad del futuro. Hoy, toda presentación del futuro contiene una diapositiva obligatoria sobre "estados que han fracasado". Y, por supuesto, es cierto que jamás deberíamos subestimar a nuestros enemigos o asumir que atacarán sólo nuestros puntos fuertes y omitirán atacar nuestros puntos débiles. Aquí es preciso recordar nuestro apresurada salida de Somalia—y en todo momento se nos dice que recordemos a Somalia. Después de todo, la derrota en manos de bárbaros inhumanos le ha ocurrido a otras naciones, quienes en la cúspide de su poderío y mientras disfrutaban la comodidad propiciada por sus riquezas, pensaron que estaban a salvo de estos males. Finalmente, debemos tomar esta advertencia muy en serio porque la derrota tiene sus consecuencias. Los romanos jamás gobernaron más allá del Rin; los rusos aún no se han recuperado de la dominación de los mongoles; y después de Somalia, la administración del presidente Clinton, cuando se ejerció una política de "multilateralismo agresivo" se desvaneció, y nos asaltan las dudas acerca de nuestra incapacidad para sostener un combate violento en ultramar.
Sin embargo, cuando tomamos muy en serio esta advertencia respecto a los guerreros, equivale a hacer un estudio minucioso de la misma. Al hacer esto, nos damos cuenta que no es simplemente falsa, es más bien exagerada y por lo tanto, errónea y, en todo caso puede que ya esté ejerciendo resultados perniciosos. Estas advertencias sobre guerreros confieren un alto valor al grado de anarquía que afrontamos y por consiguiente, la cantidad y el carácter de los guerreros del futuro adolecen de sentido estratégico, y por lo tanto, dan mayor relieve al número de veces en que tendremos que hacer frente a los guerreros; asimismo, subestiman al pueblo de los EE.UU., y por lo tanto, aumentan el poder que tendrán los guerreros sobre nosotros. Al subestimar al pueblo de los EE.UU., estas advertencias maléficamente aumentan la separación entre el pueblo y los militares de los EE.UU. Veamos estos problemas en orden precedente de su importancia.
La anarquía: Manténgase tranquilo ante esta situación
Al concluir la Guerra Fría, los representantes de los medios de información comenzaron a notar que los hombres combaten por razones ajenas a la ideología. A medida que la sombra de la Guerra Fría se desvanecía, de nuevo aparecieron los viejos demonios a la vista de todos. Los odios étnicos y religiosos, la envidia y la codicia por el poder, que hasta entonces no se habían exteriorizado en vista del conflicto mencionado, quedaron al descubierto después de un intervalo de 50 años y reanudaron su lucha por captar nuestra atención. Simultáneamente, a medida que se disolvía la Unión Soviética, unas cuantas naciones caían en la anarquía. En el mundo se había dado un nuevo giro a los impulsos de destrucción y desintegración del alma humana. Estas circunstancias se estudiaron en el trasfondo de la migración, la urbanización y el fracaso ambiental en aumento y en el contexto de una economía global en surgimiento y de comunicaciones y otras tecnologías cada vez más poderosas. Al reunir estas características se opinó que eran fuente de violencia en vista de que trascendieron las fronteras nacionales y la proliferación de armamentos ultramodernos fue incontenible. El resultado de todos estos adelantos fue el de una sensación cada vez más en aumento de que la nación-estado y el sistema internacional que se basaba en dicha nación-estado se encontraban en estado agónico. Sólo un pequeño grupo privilegiado (que apenas comprendía a los países miembros de la Organización para la Cooperación Económica y Desarrollo) subsistirán, rodeados de una diversidad de imperios violentos e inhumanos y de ciudades de gran extensión territorial y llenas de miseria sórdida, como también de territorios remotos donde impere la anarquía.2
Este argumento ha tenido una gran influencia, aunque desproporcionado en lo que respecta a su valor. Tomemos por ejemplo, aquellas cosas que se citan como las que contribuyen a la decadencia de la nación-estado—el conflicto étnico y religioso, la inmigración y la guerra civil—que anteceden a la nación-estado y que no obstante le impidieron que dominara la vida internacional. ¿Por qué es que ahora destruyen al estado? En realidad, la inmigración y el conflicto y hasta la guerra civil, históricamente han ayudado a construir estados, por lo menos tan a menudo como los han destruido. La migración puede servir como válvula de seguridad para el estado de donde migran los emigrantes, alivian los problemas sociales o políticos. Ahora bien, el país que recibe a dichos inmigrantes puede disminuir la escasez de mano de obra y contribuir en otras formas al crecimiento económico. Verdaderamente, la inmigración benefició a los EE.UU., y tanto el poder del gobierno como las estructuras federales de este país fueron acentuadas por su Guerra Civil.
Pero tampoco los estados serán separados unos de los otros por motivo de la urbanización, el fracaso ambiental o los desventajosos resultados económicos producidos por la globalización. Aún en el caso de que aceptemos que la urbanización continúa su avance, que los ambientes fracasan, y que la globalización distribuye las entradas en forma desequilibrada, es preciso recordar que la privación económica no necesariamente conduce a la rebelión y que las zonas urbanas no son terreno donde florece la violencia política.3 El crimen organizado es un problema constante en algunas partes del mundo, pero los criminales que históricamente han sido organizados (por ejemplo, Italia y Colombia) no han buscado la destrucción del estado. Ellos son parásitos y necesitan un estado saludable si es que han de sobrevivir y prosperar. Finalmente, no debería sorprendernos que el fracaso de un estado—a la inversa de la guerra civil—se ha limitado al África. Lo que ahora está ocurriendo en África no tiene que ver con el fracaso del estado, sino más bien con el fracaso de la fachada que se erigió después del colonialismo que estas administraciones en que los gobernantes corruptos utilizan los fondos del estado para su propio beneficio eran, en realidad, estados. Pero aún en África, el fracaso del estado ha sido excepcional, y el crecimiento económico en la década de los noventa ha retornado.
Pero, ¿no se debilitan decididamente los estados a causa de la integración económica que socava la soberanía del estado al negar a los gobiernos nacionales la libertad de tomar decisiones económicas? Si un gobierno toma medidas económicas que no sean del agrado de los inversionistas extranjeros, éstos huyen del país, la moneda de circulación baja de valor y decae la economía. Si bien esto es cierto, siempre ha sido cierto. Sencillamente hoy en día ocurre más rápido y se observa con más frecuencia por razón de las innovaciones introducidas en las comunicaciones. El valor del dólar estadounidense a la par del dólar en el Siglo XIX impuso restricciones en la economía gubernamental, restricciones que pudiera tildárseles como muy estrictas en comparación con las restricciones bajo las cuales funcionan los gobiernos de hoy. La integración tecnológica y económica de gran alcance de finales del Siglo XX no necesariamente presagia el final de la nación-estado o el estrangulamiento mortífero de su soberanía. La nación-estado se está adaptando a su ambiente que cada vez experimenta más transformaciones y hasta están buscando nuevos métodos para aumentar sus funciones y su poder. Por ejemplo, el estado está aumentando su participación en fomentar la innovación, elemento esencial de las economías de alta tecnología y está extendiendo su poder e influencia en la educación y salud pública, esta última considerada como una gran parte que aumenta cada vez más en las economías más avanzadas. La adaptabilidad y fuerza moral de la nación-estado explica en parte una evidencia asombrosa de su poder que cada vez adquiere mayor auge: tras muchos años de globalizar y privatizar, hoy en día el estado controla una gran parte de la riqueza nacional en los países que pertenecen a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico.4
Hoy, la nación-estado enfrenta una grave amenaza, pero por supuesto, esta amenaza no es la globalización, los grupos étnicos, o los desastres causados por el hombre en el ambiente. Más bien, se trata de una amenaza moral y política.
Esto resulta perfecto, en vista de que la soberanía de la nación-estado es esencialmente una idea moral y política. Surgió en los siglos XVI y XVII para responder a las guerras religiosas. Al declarar a cada estado como la autoridad suprema de la religión profesada dentro de sus fronteras, los estados eliminaron de sus relaciones una causa primordial de conflicto. La idea de soberanía ganó adeptos y continuó recibiendo apoyo porque se ideó para fomentar la paz saludable entre las naciones. Si por alguna razón nos dejáramos convencer que la nación-estado no tiene importancia o que se entromete en la resolución de problemas transnacionales tales como la contaminación, los abusos cometidos contra los derechos humanos, o la proliferación de armas, la nación-estado podría comenzar a desvanecerse. Puede que esto ya esté ocurriendo, y no hay razón para creer que será algo bueno. Aun cuando no todas las naciones-estado han sido democráticas, la democracia ha prosperado dentro del mundo de las naciones-estado. El antecedente histórico no nos anima a dar por sentado que la libertad y la felicidad de los seres humanos sobrevivirá en medio de otros acuerdos.5
La estrategia: Responda con un rotundo NO
Al igual que en el pasado, en el futuro, algunos lugares indudablemente se verán inundados por la violencia, pero tales circunstancias no necesariamente auguran un fracaso generalizado del estado o un cambio radical en la forma cómo las naciones y los grupos resuelven sus diferencias. Ni tampoco debemos dar por sentado que en un gobierno sin autoridad se forman guerreros totalmente indolentes. Por una parte, los hombres que son indolentes se forman sin que un gobierno sin autoridad les dé una voz de aliento. Los somalíes y los chechenios ganaron la reputación de belicosos y de tener el corazón muy duro al enfrentar sus problemas recientes. Por otra parte, no todo malhechor creado en un estado de anarquía y que porta una pistola es un guerrero. Para todo grupo de guerreros, hay cientos de grupos de malhechores que son oportunistas que se desvanecen cuando tienen que enfrentar algo más poderoso que los gritos de piedad de mujeres indefensas y de niños o cuando los estupefacientes y el licor han cesado su efecto.
Comoquiera que fuere el carácter de los combatientes que se destaquen en el combate, una respuesta razonable a la violencia consiste en no dejar que surja un gobierno de esta naturaleza. Debemos estar preparados para ello. Contrario a lo que proponen los de la anarquía futura, y cualesquiera que fuere nuestra Estrategia Militar Nacional y lo que diga nuestra Secretaria de Estado,6 no se trata de que la inestabilidad y el conflicto en cualquier lugar exijan que respondamos militarmente. En la situación estratégica de hoy, hay unos cuantos lugares donde tendríamos justificación en desplegar fuerzas para combatir o para detener el desorden civil. La admisión tácita de todo esto puede verse en nuestras acciones por conducto de la African Crisis Response Initiative (Iniciativa Africana para Responder ante las Crisis) para entrenar a los africanos a resolver sus propios problemas. Por nuestra parte, sencillamente no podemos pasar por alto las tragedias humanitarias que han ocurrido en ultramar; sin embargo, sí podemos permitirnos ser más selectivos dondequiera que entremos en combate por razones humanitarias o de otra índole. Hablando en términos muy amplios, sólo hay un lugar en el mundo en donde nuestros intereses puedan chocar contra el barbarismo: el área que rodea al Golfo Pérsico, al norte del Mar Caspio y al este en dirección al Asia Central. He aquí un pedazo de territorio importantísimo (apenas del tamaño del territorio de los EE.UU.) que puede contener hasta un 75 por ciento de las reservas petroleras del mundo y un 33 por ciento de sus reservas naturales de gas. Pero aún es un área limitada, lo que equivale a que, aún cuando sea improbable que el barbarismo y la anarquía se dispersen por todas las regiones del globo, nuestras confrontaciones con estas regiones pueden ser limitadas.
Hoy, se acostumbra a polemizar para determinar si el combate en ultramar es imposible en vista de las imágenes tan lastimosas de los seres humanos que presentan las pantallas de televisión. Somalia es uno de estos casos. Pero un estudio reciente presenta pruebas convincentes de que lo que nos llevó a las operaciones como la que efectuamos en Somalia es más complicado que un simple estímulo accionado por un vuelco del corazón desgarrado y por una reacción emotiva. Los medios de información no hicieron grandes reseñas del hambre y la violencia en Somalia hasta que los oficiales del gobierno comenzaron a mencionar a Somalia como un problema. Lo que ocurrió entonces fue un intercambio de opinión oficial y pública en la que medió la prensa. Fuimos a Somalia y no a Bosnia, si bien las imágenes de ambos lugares fueron iguales de aterradoras. La tecnología de los órganos de difusión no habían usurpado el poder de la decisión de los líderes.7
No debe subestimarse al pueblo de los EE.UU.
Una evaluación real del mundo en que vivimos acepta la posibilidad de que nos esperan cosas terribles. El barbarismo es una posibilidad humana constante, aún cuando no se haya difundido, y nuestros intereses y los lugares donde florezca el barbarismo coincidan en, por lo menos, un caso importante. Además, aunque no tengamos razón para ir a ultramar a solucionar problemas y hacer frente a personas inhumanas, podría ocurrir que estos problemas y estas personas vengan en busca de nosotros aquí en los EE.UU. ¿Pero podría evitarse que estas personas nos derroten si llegaran a ocurrir cosas horribles? La premisa central en que se basa el argumento de que el barbarismo derrotará a los EE.UU. estriba en la aseveración de que el pueblo de los EE.UU. no tendrá la voluntad ni el valor para combatir cuando ocurran cosas horribles.8 De acuerdo con este argumento, la desventaja de los EE.UU. en hacer frente a un mundo tan incierto y barbárico es su gente.
No podemos descartar semejante aseveración tan engorrosa al señalar que sólo unos cuantos lo afirman. El argumento tiene mayor respaldo y actualidad. En una conferencia celebrada recientemente a la que asistió un grupo que representó a lo más granado de nuestros militares, incluso oficiales de alta jerarquía, un joven oficial fue ovacionado por una presentación durante la cual hizo una observación de que los jóvenes militares de los EE.UU. serían derrotados en el futuro aunque hayan recibido la mejor preparación, instrucción y dotación de equipo que hasta ahora hayamos tenido en vista de que "el pueblo de los EE.UU. ha perdido la ventaja bélica" y no puede sostener bajas. Edward Luttwak, un respetado analista de asuntos de seguridad nacional y militar, ha publicado varias obras en las que ha hecho la misma observación. Luttwak opina que la aversión del pueblo de los EE.UU. hacia las bajas se debe, en parte, al hecho de que los padres de hoy en día tienen menos hijos y por tanto, tienen más temor de perder un hijo o hija en combate que las generaciones de otrora o los pueblos en que las sociedades se componen de una numerosa prole. Luttwak cree que nosotros tenemos tanto temor de perder a nuestros jóvenes en combate que ya no podemos desempeñar la función de una gran potencia. El resultado de estas actitudes puede verse en la observación hecha por un periodista del Washington Post (periódico de Washington, D.C.) hace varios meses. El periodista escribió lo siguiente: "En términos estrictamente militares, la operación en Bosnia ha sido un éxito rotundo, y las tropas de la OTAN apenas si sostuvieron bajas".9 Para algunos militares, el triunfo militar equivale a no sostener bajas. Pero si el triunfo militar significa que no hay bajas, tal triunfo debe ser inusitado porque las operaciones militares sin bajas son anómalas. Luego, si el triunfo militar es inusitado, entonces nuestra derrota en el futuro es casi segura.
La prueba que se cita con más frecuencia para substanciar este argumento es que el pueblo de los EE.UU. ha perdido la ventaja del guerrero en Somalia el 3 de octubre de 1993. Ese día, 18 soldados de los EE.UU. perecieron como resultado de la operación para capturar a Mohammed Aideed. La noticia estremeció al pueblo de los EE.UU. cuando las pantallas de televisión proyectaron las imágenes de una multitud de somalíes que se entretenían jugando con los restos humanos de los soldados estadounidenses.
Casi de inmediato, el presidente Clinton cambió su política hacia Somalia y, tras negociar con el Congreso de los EE.UU., prometió que en un período de seis meses retiraría a las Fuerzas Armadas de los EE.UU. de Somalia.
Hoy, este incidente se considera como el momento que definió al mundo después de la Guerra Fría, en donde se puso de manifiesto que para el pueblo de los EE.UU., las bajas son inaceptables. A partir de este incidente, se ha dicho que todo método de utilizar a los militares ha sido afectado.10 Hoy en día, se opina por doquier que si las Fuerzas Armadas de los EE.UU. participan en una operación que no sea bélica y sufren más bajas que las anticipadas, los EE.UU. se verán obligados a retirarse de la operación. Algunos han ido más lejos en afirmar que nuestra aversión a la muerte y al sufrimiento es tan grande que el pueblo de los EE.UU. no soportará las exigencias impuestas por una guerra aunque sea por un interés vital.11 Si esta evaluación es cierta, luego no sólo seremos incapaces de actuar como una gran potencia, ni siquiera podremos defendernos nosotros mismos. La vigencia de este concepto explica por qué el Presidente recientemente abordó este tema y un congresista de los EE.UU., afirmó en voz alta que sería necesario para los EE.UU. "crear un cuerpo de mercenarios",12 para que resolvieran lo que el pueblo estadounidense ya no está dispuesto a resolver.
Si los mercenarios fueran necesarios, entonces la relación tradicional entre el pueblo de los EE.UU. y sus militares cesará de existir. Tal resultado tendría consecuencias incalculables para nuestro carácter y libertad. Afortunadamente, el concepto de que el pueblo de los EE.UU. comenzará a correr cuando ocurran las primeras bajas es una opinión errada. Comencemos con Somalia. Un análisis de datos recogidos de una encuesta revela que sólo un tercio de los encuestados quería que EE.UU. se retirara al instante de Somalia como resultado de los 18 soldados que perecieron en acción el 3 de octubre (promedio de seis encuestas, 36 por ciento). De hecho, tres encuestas revelaron que una mayoría de los encuestados (promedio de 57 por ciento) quería que se tomara una acción más firme en Somalia después de lo ocurrido el 3 de octubre. Además, es probable que los que querían un repliegue de inmediato y los que anhelaban (47 por ciento en una encuesta) que el repliegue se efectuara dentro de seis meses, de acuerdo con el plan del Presidente, no hayan sido afectados por las bajas sufridas en Somalia. Los ciudadanos de los EE.UU. apoyaron la intervención en Somalia, pero en vista de que la actividad se convirtió en una operación para estabilizar y reconstruir a Somalia, meses antes del combate del 3 de octubre, el apoyo del público comenzó a declinar. Las bajas no nos obligaron a salir de Somalia, y hasta es probable que hayan despertado por lo menos, un deseo básico, el de ser más severos o ajustar las cuentas con Aideed.13
La reacción pública que se formó en torno a nuestra intervención en Somalia ha sido evidente por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial. Históricamente, el pueblo de los EE.UU., como es natural, ha manifestado su preocupación en lo referente a las bajas. Pero ha estado dispuesto a aceptar las bajas siempre y cuando ellos conceptúen que las bajas ocurrieron por una causa que valía la pena y porque había una buena oportunidad de que la operación militar en que ocurrieron las bajas sería un triunfo.14 Por lo menos debemos considerar la posibilidad de que si el pueblo de los EE.UU. recientemente parecía menos dispuesto que antes a tolerar bajas, esto no es el motivo de nuestra aversión cada vez más creciente hacia el sufrimiento y a la muerte sino que muchas de nuestras operaciones militares más recientes—Haití, Bosnia y la buena intención de reconstruir a Somalia—han sido de valor cuestionable. Las operaciones que no guardan relación con la protección y seguridad de los intereses nacionales—o, como en el caso de Bosnia, cuando parece probable que los métodos utilizados no lograrán el objetivo que se persigue—es probable que a dichas operaciones se les considere de poco valor ante la pérdida de vidas estadounidenses.
Comparemos estas operaciones más recientes con la Guerra del Golfo, donde las grandes mayorías dieron apoyo a la guerra aún cuando ya sabían que el pronóstico de bajas ascendería a decenas de miles de personas.15 En contraste, veamos la reacción del público ante la muerte de 24 ciudadanos estadounidenses y personal militar y las heridas que padecieron cientos de personas en 1995 y en 1996 como resultado de los bombardeos terroristas en Arabia Saudita. Nadie ha propuesto que los EE.UU. se retiren de Arabia Saudita. El pueblo de los EE.UU. comprende la importancia del Oriente Medio; siempre y cuando el gobierno de los EE.UU. se ciña juiciosamente a normas sensatas, el pueblo estará dispuesto a aceptar las bajas.
Esta actitud no parece señal de debilidad o cobardía sino más bien sensata y razonable que busca abordar el difícil tema de determinar cuáles serán los gastos en que se incurrirá para lograr nuestros objetivos de política exterior. El pueblo pide que su gobierno no desgaste vidas y recursos en lugares de poco valor y que por tanto, se interprete su deseo como actitud de prudencia y sensatez, y no de cobardía. No es cobardía exigir al gobierno que ponga en práctica normas y planes en los lugares en que resulte sensato entrar en combate. Ni tampoco es cobardía esperar que los militares harán hasta lo imposible para que su personal no perezca innecesariamente. Finalmente, aun cuando algunos han sugerido todo lo contrario,16 no es cobardía querer imponer límites, se trata más bien de evitar la destrucción de otros seres humanos que buscan asegurar los intereses nacionales de los EE.UU. Al concluir la Guerra del Golfo fue evidente que nuestro poder era enorme en comparación con el de Iraq y que los soldados iraquíes estaban a nuestra merced. "Es ventajoso tener la fuerza de un gigante," dijo Shakespeare, "pero es una cobardía aplicar tal fuerza en forma despiadada". Uno de los factores que determina cuán civilizada es una sociedad consiste en estudiar cómo el fuerte trata al débil en esa sociedad. Saber reprimir el uso de la fuerza no es un vicio, sino una virtud.
Los ciudadanos de los EE.UU. son razonables, no son cobardes cuando se trata de pérdida de vidas por motivo de la acción militar ocurrida fuera del territorio de los EE.UU. Pero, ¿qué ocurre cuando se trata de ataques lanzados contra el pueblo dentro del territorio de los EE.UU., posiblemente con armas biológicas o químicas o algún otro tipo de arma de destrucción masiva? Si nos imagináramos una campaña de terrorismo lanzada contra los ciudadanos de los EE.UU. dentro de su mismo territorio, la historia nos dice que la reacción del pueblo de los EE.UU. sería la de exigir una venganza totalmente justificada y completa hasta que se asemeje a lo que ha aseverado un autor descibiéndola como una "acción saludablemente fuera de toda proporción".17 Y, hasta es más difícil imaginarnos un ataque estratégico con misiles lanzados contra los EE.UU. en tiempo de paz, en vista de la naturaleza sin precedente alguno de un ataque de esta índole; no obstante, de nuevo la historia recomienda que la reacción más probable no consistirá en la rendición. A pesar de lo que han formulado los teóricos sobre los hechos ocurridos en las guerras, los bombardeos en masa de los civiles durante la Segunda Guerra Mundial no destruyeron la voluntad del pueblo para resistir.18
La idea preconcebida de que el pueblo de los EE.UU. no está dispuesto a sostener bajas y padecimientos por salvaguardar los objetivos de política exterior es un concepto muy pobre de ese pueblo y podría tener tres resultados perniciosos. Nos disuadiría de hacer lo que necesitemos hacer en ultramar o nos convencerá que usemos métodos para evitar bajas pero que son menos eficaces que las alternativas y que a la larga, nos ocasionen un número más elevado de bajas. Peor, podría ejercer influencia en los militares estadounidenses de manera que los militares vean con una actitud de desprecio al pueblo estadounidense. Peor aún, podría corromper lentamente al pueblo de los EE.UU. si el pueblo llegara a aceptar como cierto lo que se le pregona acerca de ellos mismos.
Conclusión
La derrota en Isandhlwana no le costó a los ingleses perder el gobierno de África del Sur, y no digamos su imperio. Los ingleses volvieron a agruparse y se lanzaron a la ofensiva. En Ulundi, los zulúes atacaron a las fuerzas británicas cuyo efectivo era reducido, pero que estaban muy bien organizadas y contaban con el apoyo de los cañones y la artillería de Gatling. Los zulúes fueron aniquilados, y por supuesto su poderío fue irrevocablemente arrasado. Los mongoles gobernaron en Rusia durante siglos, pero cuando su imperio tan inmenso cayó tras luchas internas, la amenaza que representaban para Europa, se disolvió. El oficio de nómadas dio a los mongoles las ventajas de cultivar una actitud recia y la facilidad de movilizarse pero también les dio desventajas que una fuerza profesional adiestrada explotó, derrotándolos en Ain Jalut. El poder de los romanos se prolongó durante siglos después que sufrieron la gran derrota en el bosque de Teutoburg. Cuando cayó el imperio, no fue porque los militares romanos no podían reaccionar ante la estrategia o táctica poco convencional de los bárbaros; su caballería y su infantería ligera adscrita, y los que lanzaban proyectiles entrenaron a sus legiones razonablemente bien para responder a tales amenazas. Una de las razones por las que cayó el imperio fue porque no pudo solucionar el problema estratégico más profundo implicado en la posibilidad y cada vez aumentando la realidad, de dos guerras simultáneas. Éstos resultados guardan armonía con la tradición histórica de que los sedentarios, civilizados y convencionales triunfan sobre lo nomádico, la barbarie y lo poco convencional.19 Esta es la razón por la cual, en términos generales, es mejor preparar para lo convencional y adaptarse a lo poco convencional.
La conclusión de que los civilizados típicamente le llevan la delantera a los bárbaros no significa que pasemos por alto las estrategias e incidentes no convencionales. Por último, puede que ni ayude a los bárbaros a ganar, pero si puede causar dolor y crear distracciones. Más importante aún, cuando en el transcurso del tiempo los civilizados se valen de tales estrategias y amenazas, de igual manera que las escaramuzas anteceden a un combate, ayudarán a establecer el escenario en que se posibilite la victoria o la derrota. Ni la superioridad histórica de los civilizados ni la prueba reciente obtenida en Haití y en Bosnia de nuestra facilidad de adaptación a lo poco convencional nos llevarán a sentirnos satisfechos. La complacencia parece algo innecesario en un mundo donde existen las armas de destrucción masiva. No obstante, resulta más inapropiado, cuando hacemos memoria de que la ventaja del mundo civilizado depende de tres cosas principales: la habilidad para evaluar con precisión las amenazas que se le planteen, poseer un sentido estratégico muy sutil que le permite establecer la diferencia entre lo trivial y lo esencial, y, de parte de sus líderes, un juicio bien documentado acerca del carácter de los subalternos. En estos asuntos, bien podríamos correr el riesgo más grande para nuestro propio bienestar.
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